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REDACCIÓN
Sábado, 11 de diciembre 2021
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Se acerca la Navidad a la Laurel, una calle impresa en la esencia de la ciudad de Logroño, que palpita cada vez que sus habitantes lo hacen. Laurel es fiesta, lugar de encuentro para celebrar cualquier día del año, homenaje a nuestro gusto por la buena comida y las tradiciones sociales. Este celebérrimo entramado de bares y restaurantes adquiere una apariencia especial durante estos días de balance, compromisos y reencuentros.
La Laurel sigue latiendo con fuerza a pesar de la pandemia de COVID-19. Su ubicación en el casco histórico la convierte en bienvenida lúdica y gastronómica para todo aquel que visita la capital riojana; también es embajadora del estilo de vida autóctono y de la cultura del brindis y del buen maridaje. Y en estos días festivos, no hay mejor lugar de reunión para hacer eso que tanto gusta a la gente por estos lares: comer, beber y conversar sobre lo vivido y sobre todo lo que está por llegar.
Familiares y amigos que emigraron vuelven cada año puntualmente a las mesas de Nochebuena, y turistas que apuestan por la temporada de invierno hacen noche en Logroño. En diciembre, la calle Laurel es paso obligado, rumbo prefijado para cualquiera que participe del espíritu navideño y de los ritos adscritos a estas fechas.
El del vermú (torero) es el horario tradicional, el legado de muchos años con mediodías callejeros. Los logroñeses están impregnados de esta historia, de esos brindis de barra en barra y de múltiples especialidades que llevarse a la boca, ya sean pinchos de toda la vida –como los champiñones, las setas, el matrimonio o la oreja– o modernas delicatessen que reflejan en los nuevos menús la última revolución entre fogones.
Más que una bebida de mediodía, todo hay que decirlo, el vermú en Logroño es un rito acompañado habitualmente por el vino o la cerveza. Aunque el vermú –la bebida– ha recuperado sitio durante los últimos años, el concepto fundamental no es otro que el de reunirse, socializar en familia o en cuadrilla. Lo que contenga la copa es más bien secundario.
El vermú puede ser de vino o de mosto, según la escuela antigua, también de cerveza, de martini o del propio vermú; el bocado para pasar el trago, dulce o salado, entre incontables posibilidades; y la experiencia, ya sea en interior o en la calle, evoca el hábito auténtico.
Dicen los que saben que una buena hora para comenzar la ceremonia del vermú es la que marca el mediodía y cualesquiera de las horas que siguen son idóneas para incorporarse a una nueva ruta. En el otro extremo, las primeras horas de la tarde comienzan a anunciar el final alegre de la ronda.
En apenas trescientos metros, ochenta casas, con sus ochenta anfitriones, abren sus puertas, porches y terrazas. La Laurel es costumbre en el uso de materias primas de alta calidad, en el consumo de proximidad, en el comercio con empresas riojanas. El Mercado de San Blas es vecino y proveedor estrella. Otras pequeñas tiendas de alimentación, distribuidores de bebidas y bodegas garantizan siempre el mejor producto de casa.
La Laurel sigue siendo única gracias a la coexistencia de estilos y a la diversidad de propuestas gastronómicas concentradas en un espacio reducido, fácilmente accesible a pie, en pleno corazón de la ciudad. Pequeños bares ofrecen los pinchos de toda la vida y coexisten con espacios gastronómicos de vanguardia y restaurantes capitaneados por cocineros de prestigio nacional.
Asimismo, la calle Laurel es uno de los grandes escaparates de los vinos de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Los bares y restaurantes de esta calle presentan conjuntamente, de hecho, el mayor catálogo de referencias de Rioja del mundo. Cada año, entre unos y otros, descorchan casi un millón de botellas. Como el vermú es libre, los gustos –y los maridajes– también.
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