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TRADICIÓN Y FIESTAS

EDUARDO GÓMEZ

Viernes, 29 de junio 2018

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La logroñesa calle San Juan es una de las pocas que aún mantiene la tradición de celebrar sus fiestas patronales. La céntrica y popular vía urbana fue hasta avanzado el siglo XIX una calle cerrada, al igual que la paralela Ollerías, que se mantiene cerrada. En aquellas fechas el Ayuntamiento negoció con éxito la expropiación de la casa número 10 del muro del Carmen, que se eliminó, logrando así darle a San Juan comunicación con el este de la ciudad. De esa forma se le aumentaba la actividad, atrayendo a un gran número de negocios. Con el tiempo se instalaron empresas como fueron la fontanería de Enrique Ruiz o el taller de pintura de Jesús Segura, la carbonería de Carasa, la zapatería de Guillén, el almacén de frutas de Paracuellos, el popular zapatero Guillén (donde se mantenía un animado mentidero sobre el fútbol local), los curtidos y guarnicionería de Herrero, la carnicería de la Cecilia y la editorial Piedra de Rayo. Pero donde más se incrementó la actividad fue en el sector de la hostelería, empezando en Los Navarros, en la esquina con Marqués de Vallejo y terminando con el Noche y Día que popularizó Faustino. Se establecieron un gran número de bares, cafeterías y hasta establecimientos de luces rojas y pesadas cortinas en la entrada. Esa fiebre produjo contagio que propició aperturas en la Travesía de San Juan, en la calle Carmen y especialmente en Ollerías, donde se afincó Paco con sus champiñones y el pequeño mesón Sergio. Su influencia se haría notar en los aledaños, como en la calle Cristo donde era popular La Estrella, con un acogedor patio al fondo y una cuadra para caballerías.

De San Juan se recuerda la tienda de comestibles de Amada que propició la instalación en una hornacina de la imagen de San Juan que actualmente se venera. También el restaurante Regio, que pasó a los hermanos García, especializado en bodas y banquetes; el Duaso, frente al Samaray; el Dilu de los hermanos Dionisio y Lucio, que pasó a manos de Mari Sol. La Cueva que Pepe convirtió en un museo micológico; La Esquina, donde se jugaba a los naipes; el Torres, nido de estudiantes del Sagasta... De la calle Carmen se recuerda la trapería de Cecilio Torres y de la Travesía de San Juan al bar de Sinesio, al que le faltaba una mano, y el bar de Mere, con sus tortillas de patatas que provocaban atascos en el exterior.

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