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SERGIO CUESTA
Sábado, 8 de enero 2022
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Si la Navidad enmarca raciones copiosas, manjares predilectos y pecados disfrutables por doquier, lo que viene después es la otra cara de la moneda, la consecuencia más lógica tras la tempestad alimenticia. La calma digestiva es una suerte de antinavidad. Después de mucho comer y mucho beber, tras mucho de todo, apetece poco de casi nada, al menos durante un periodo indeterminado que variará sensiblemente según la fuerza de voluntad de cada cual. Porque comenzar un nuevo año siempre renueva deseos y propósitos, aunque estos rara vez alcanzan la continuidad anhelada de entrada.
La comida protagoniza infinitos nuevos desafíos estos días. En general, relacionados con la pérdida de peso y la búsqueda de tallas ideales, pero también caben compromisos personales con la salud y el entorno natural mediante un control exhaustivo de los productos que entran en casa; de sus aportes y cualidades beneficiosas; de la procedencia y los modos de elaboración. En este nuevo proceso, el cambio de año es un momento inmejorable para datar dietas y eliminar vicios que son rutina. Comienza la enésima guerra personal contra precocinados, ultraprocesados y postres azucarados múltiples.
2020 y 2021 nos han recordado algo tan simple como fundamental: vivir en el presente. Lo relevante es cualquier momento cotidiano. Y en este contexto, prima nuestro propio cuidado. Es decir, adquieren relevancia todas las acciones aprendidas que repercuten en un mayor bienestar físico y mental. Además de una dieta equilibrada y basada en productos alimenticios saludables, el ejercicio, la naturaleza o el arte son llaves que abren puertas hacia la felicidad.
No es el invierno la estación más fecunda para los fértiles campos riojanos, pero con el frío crecen algunas de las verduras autóctonas más apreciadas, como los puerros, los cardos, las acelgas o las lechugas. Sus bulbos, sus hojas o sus ramas leñosas ofrecen la posibilidad de preparar una gran cantidad de recetas ligeras, sencillas, sabrosas y saludables que integran la cocina popular riojana. Estos alimentos garantizan pocas calorías y muchas vitaminas, minerales y fibra.
Estos primeros días del año huelen también a cítricos. Naranjas, limones y mandarinas, entre otros postres frutales, colorean las bandejas o cestas posnavideñas con tonos naturales prescritos contra el constipado. Apenas hay rastro ya de esas tentaciones conocidas como turrones, polvorones, mazapanes, panetones, trufas y otros bombones. Cada año, desaparecen abruptamente junto a vajillas y cuberterías genealógicas.
Algunos frutos del bosque, como arándanos, grosellas y moras, y ciertas semillas y bayas asoman entre los nuevos deberes comestibles y completan un catálogo silvestre del que también forman parte los frutos secos (almendras, nueces, avellanas) como maravillas nutritivas que provee la propia naturaleza. Para picar entre horas.
Después de Navidad, y quedan atrás esas jornadas completas con horas extra en los fogones, desfilan productos que requieren lo contrario: una mínima intervención y mucho respeto, el cocinado justo y un aliño simple para realzar su valor. Hortalizas, carnes y pescados abren un horizonte cercano de menestras, cocidos y guisos. Los bocados asados y a la plancha, como el de una deliciosa pescadilla, hermana menor de la merluza, son preferibles a fritos y rebozados.
Son dos términos cada vez más asociados a la cesta de la compra. La sostenibilidad ya es preocupación diaria y desafío global que requiere cambios a corto plazo en la industria agroalimentaria. Por otro lado, la pandemia está siendo un espaldarazo para el consumo de productos de proximidad. Esta tendencia que pone de relieve la confianza en el comercio local y de barrio y realza el valor del alimento autóctono, tiene visos de continuar más allá de este marco coyuntural.
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