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Francisco de Quevedo, por Juan van der Hamen.
Comida y bebida en la poesía de Francisco de Quevedo
LITERATURA

Comida y bebida en la poesía de Francisco de Quevedo

La presencia de la gastronomía y el vino aparece en dos tipos de poemas quevedianos: los satíricos y los morales

ALEXANDRA CERIBELLI

Miércoles, 3 de agosto 2016, 10:22

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Aunque se nos enseñe que no solo de pan vive el hombre, la comida y la bebida nos sustentan tanto física como moralmente, dándonos fuerzas y ánimos para seguir adelante en nuestras vidas cotidianas. Ya desde hace tiempo es justo la cotidianidad la que ha perdido su sentido profundo de novedad y trabajo, llegando a ser calificada como anodina y aburrida, resultado de una repetición constante e infinita de nuestras acciones más sencillas, pero no menos importantes y fundamentales. Como sugerido por Pierre Bourdieu, «el individuo no solo se distingue por sus elecciones estéticas, sino también por las costumbres banales como comer y beber».

En una aproximación a la poesía de Quevedo, la presencia de comida y bebida aparece sobre todo en dos tipos de poemas: los satíricos y los morales. Claramente, en ambos casos estos elementos permiten al poeta abarcar diferentes reflexiones. En la vertiente satírica, don Francisco se centra en el pueblo y sus costumbres culinarias, a menudo punto de partida para juegos conceptistas para criticar hábitos de la época, como la referencia a los afeites de las señoras, en el romance «Manzanares, Manzanares» o en «Vida fiambre, cuerpo anascote».

Otros alimentos, en cambio, le sirven para tratar el tema racial, dado que muchos platos no podían ser consumidos por los judíos, véanse las ollas que contenían cerdo y sus derivados, uno entre todos el tocino. De la misma manera, se transforman en metáfora de la gente de color mondongos, morcillas, pan y hongos gracias al color oscuro en «Boda de negros». Pero el ingenio de Quevedo no se para y utiliza la comida con doble sentido sexual en "Boda y acompañamiento del campo" o en «Hay mil doncellas maduras».

Aunque hoy en día el vino está considerado como una bebida refinada, en el Siglo de Oro se usaba mucho para cocinar y formaba parte de los platos por sus cualidades medicinales y reconstituyentes. Desde luego, como también fue puesto en poesía por Quevedo, sus contemporáneos no lo consumían con moderación, tanto que dos poemas llevan el epígrafe «Los borrachos». En «Gobernando están el mundo», un gallego reflexiona sobre el sentido de la vida, pero sin haber soltado antes un regüeldo. Sus consideraciones y preguntas son las de todos los tiempos, de los filósofos y de los grandes pensadores remitiéndonos al tópico de ubi sunt, y subrayando que el mundo está al revés. Al poner en su boca estas palabras, parece que Quevedo quiera seguir el refrán in vino veritas haciendo así evidentes las absurdidades y las injusticias de su momento.

Nos encontramos delante de una sátira de la sociedad, aunque esté hablando una persona que aparentemente, por el efecto del alcohol, debería estar alejada de la realidad, pero que por esta razón puede ver con mayor desprendimiento y desengaño los aspectos más sórdidos de lo que le rodea. En cambio, en «Echando chispas de vino», el poeta no quiere lanzar ninguna sátira contra la sociedad, sino advertir de los peligrosos efectos del vino, hasta el extremo del castigo de las galeras.

El efecto embriagador del vino le sirve también al poeta para volcar la tradición petrarquista en la «Canción a una dama hermosa y borracha» o criticar duramente su tiempo reflexionando en general sobre el rol de la comida y bebida en la vida del hombre, sobre todo en relación con el pecado de la gula subrayando la peligrosidad del abuso de ambos elementos, no solo para el alma, sino sobre todo para el cuerpo.

Finalmente, en este rápido excursus a través de la poesía quevedesca, llama la atención la amplia presencia del pueblo y de las costumbres del momento. Además, sus descripciones permiten hacernos una idea de la situación de la época, por lo que la poesía adquiere un papel de documento histórico y social. Es un simple pretexto para poder amonestar a los lectores de los peligros que corren también en otros contextos, tanto en la política como en la salud y en la moralidad, llegando a ser para el poeta el medio de conexión entre él y la gente común, que podía entender con mayor agilidad por la cercanía de los manjares citados a partir de su propia cotidianidad.

Al mismo tiempo, es el pueblo quien toma la palabra y parece que su punto de vista sea más cristalino y objetivo que el de los gobernantes. En esto está la grandeza de un poeta como Quevedo, que a través del uso de elementos humildes y corrientes, podía hacer llegar a todos sus mensajes, también los más altos y trascendentales.

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