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Matías López, el chocolatero que llegó a senador

Matías López, el chocolatero que llegó a senador

Nacido en una familia humilde de Sarria (Lugo), este empresario progresista y revolucionario transformó el sector del chocolate en España a finales del siglo XIX

ANA VEGA PÉREZ DE ARLUCEAGASTROHISTORIAS

Miércoles, 17 de octubre 2018

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Durante catorce largos años, Manuel de Cendra y Aparicio se levantó todos los fines de semana con una tarea en mente: entrar en la página web de la Oficina Española de Patentes y Marcas para ver si un expediente en particular había quedado libre y poder registrarlo a su nombre. Un día de 2009 la liebre saltó inesperadamente. Emocionado, procedió a recuperar la propiedad de la marca que creó su tatarabuelo en 1851, Chocolates Matías López.

Quizás ustedes recuerden ese nombre estampado en las tabletas de chocolate, o la efigie de sus famosos gordos y flacos. Don Matías López y López nació en el seno de una humildísima familia en Sarria (Lugo) en 1825 y por sus propios méritos llegó a lo más alto de la sociedad española como rico empresario de éxito, diputado y senador vitalicio. Mucho, muchísimo tuvo que sudar Matías para conseguirlo. En 1840, mitad a pie y mitad en mulo llegó a Madrid con una mano delante, otra detrás, una educación rudimentaria y muchas ganas de trabajar. Primeramente lo hizo en la sastrería de un paisano lucense, Teixeiras, y luego como dependiente en diversos comercios antes de recalar en una tienda de ultramarinos y coloniales en la que había un pequeño obrador de chocolate.

Para entonces este producto llevaba casi tres siglos siendo popular en España y constituía uno de los símbolos gastronómicos de nuestro país. Siempre a la taza, siempre espeso y dulce, el chocolate era la bebida por antonomasia de desayunos y meriendas.

España decimonónica

Fuimos los españoles los primeros europeos en degustarlo, allá en las Indias en 1519, y también quienes adaptamos la tradicional receta azteca -ligera, amarga y picante- al gusto occidental, dando a conocer aquel exótico placer por todo el mundo. Pero ¡ay! el imperio declinó, los países productores se independizaron y el tren de la revolución industrial nos pasó de largo.

El chocolate español se durmió en los laureles y mientras el holandés Conrad van Houten desarrolló la extracción del cacao en polvo (1815), el inglés Joseph Fry ideó el chocolate en tableta (1847) y los suizos Peter y Lindt nos dieron la puntilla inventando el chocolate con leche y la técnica del conchado respectivamente. Cuando Matías López conoció el proceso de fabricación del chocolate, seguía siendo «a brazo» e implicaba duras y tediosas tareas como el tostado, descascarillado, molido y mezclado a mano o con máquinas de tracción animal. Las tabletas (que después se diluían en agua o leche) se fabricaban de modo artesanal y al gusto del cliente, que podía encargar una «tarea» o receta específica con distintas especias, porcentajes de azúcar o calidades de cacao. El chocolate bueno era caro y el que consumía la población menos favorecida solía estar mezclado con algarroba, harina u otros compuestos.

El chocolatero político

En aquel pequeño ultramarinos madrileño, el joven Matías López adquiere los conocimientos fundamentales sobre el procesado de cacao a la vez que se esfuerza por mejorar su educación aprendiendo contabilidad y francés. Ahorrando poquito a poco consigue 6.000 reales que en 1851 le permiten independizarse y montar su propio negocio, un molino de chocolate con el que empieza a elaborar su propio producto y a utilizar pioneras tácticas de márketing. Astutamente, manda a familiares y amigos a pedir el chocolate marca Matías López por las tiendas de Madrid y un par de días después pasa él a ofrecer su distribución. Sencillo pero efectivo, no me digan que no.

Empeñado en producir chocolate de buena calidad a un precio asequible, comienza a interesarse por los avances tecnológicos que en el sector se producen fuera de nuestras fronteras. Empieza a viajar por toda Europa para conocer los modernos adelantos industriales y los distintos sistemas de organización empresarial, contrata a los mejores expertos, implanta las máquinas a vapor y en 1870, por ejemplo, produce ya en sus instalaciones de la céntrica calle Palma 5.000 kilos de chocolate al día. Para cubrir la demanda abre una gran fábrica en San Lorenzo del Escorial con casas para los trabajadores, escuela y centro de salud.

Será por entonces cuando López pruebe nuevas estrategias de promoción, montando la que será la primera gran campaña de publicidad de nuestro país: la de los gordos y los flacos. Encarga al ilustrador Francisco Ortego un cartel que representa a una pareja antes y después de comer chocolate Matías López, primero flacos y tristes y luego orondos y felices. Los gordos y flacos se convertirán en su imagen de marca, un logotipo potentísimo que sus competidores llegarán a copiarle obligándole a incorporar en las envueltas de las tabletas su propio retrato y a advertir a los consumidores de posibles fraudes. Escribe varios libros sobre el origen y las utilidades del chocolate, es elegido diputado por el Partido Radical, funda la Cámara de Comercio de Madrid, en 1883 Alfonso XIII le nombra senador vitalicio... Su entrada en política le permite luchar por la mejora de la industria española y las condiciones de trabajo, promoviendo la eliminación de aranceles o la persecución del fraude fiscal.

Cuando Matías López murió en 1891 tenía más de 500 empleados, una facturación anual de 8 millones de pesetas y vendía en más de mil establecimientos de toda España. La empresa de aquel chico lucense que llegó a Madrid con zuecos siguió viva hasta 1964 y en 2014 volvió a revivir en manos de su tataranieto. Busquen ustedes sus tabletas de gordos y flacos. Son deliciosas y llevan dentro un trocito de nuestra historia.

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