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Sr. García:
COCINA MADRE

COCINA MADRE

BENJAMÍN LANA | UNCOMINO

Miércoles, 3 de abril 2019

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Cuánto reconfortan los bien nacidos, especialmente ahora que el mundo vaga tan sucio por el tiempo. Cada momento bello y luminoso, así sea un instante, se agradece como si en él te hubieran salvado la existencia. Cuánto bien hacen aquellos que regresan a lo esencial, a las conexiones verdaderas sin aspavientos y haciendo en vida los reconocimientos justos y necesarios.

A veces, en el día a día, por casualidad, dos pensamientos se rozan y en ese milisegundo de contacto mental desatan una tormenta o a veces un rabo de nube, como si fueran cables conectados a una central eléctrica. Un libro y una pregunta pueden remover más profundo que una excavadora.

Primer cable. Veo a los hermanos Roca salvando para el futuro las recetas familiares del Celler en un libro con título de fuerza inusitada: 'Cocina madre'. De nuevo, los hijos agradecidos -esta vez también los nietos- los bien nacidos, reconociendo a sus padres un ejemplo y un acompañamiento en el que han puesto la vida entera, revisándose a sí mismos y haciendo bien las cosas antes de que sea demasiado tarde. Estos chicos del barrio Taialà-Germans Sàbat no pierden nunca sus nortes: la familia, la tierra... la vida.

Segundo cable. El sobrino mayor, inusualmente de visita, me hace una pregunta inocente mientras cocinamos. ¿Tienes la receta del pollo con verduras de amama? Y es en ese momento, en el que me quedo en silencio unos segundos y recuerdo a mi madre que ya no está, cuando mi cerebro hace la conexión con el libro y pienso en los Roca. Todo el mundo debería salvar las recetas familiares, irrepetibles en su sencillez y en su emocionalidad, fijar los recuerdos para que el devenir no los difumine en su huida. Todos somos lo que fuimos, me digo. Y finalmente abro la boca: «Me acuerdo más o menos. La sigo viendo en la cocina picando la verdura y guisándolo todo muy lento y siempre tapado, pero la receta, no». No puedo evitar empezar a pensar cómo podríamos recuperar ese desgarro familiar ahora que ella no está y me reprocho por todas mis ausencias y por lo fácil que hubiera sido antes de que partiera.

Al día siguiente me siento ante el teclado y dejo que los pensamientos que afloran del pasado-pasado y del pasado-presente fluyan hacia mis dedos. Mi querido Elliot ya decía que el tiempo presente y el tiempo pasado están quizás presentes en el tiempo futuro y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado. El círculo como libertad. Digo en voz alta las dos palabras seguidas: Cocina madre. Las pronuncio de nuevo con una pausa entre ellas y es pura invocación. Cocina, madre. Empiezo a escribir y casi se construye solo: Cocina madre, tierra madre, células madre...y así siguen saliendo otros conceptos formados con la raíz madre que siempre denotan fuerza, vida, sentido y futuro. Vuelvo a los fogones y descubro que hasta lo más simple es vital y auténtico cuando ella aparece. Masa madre, madre del vino, pueden sonar más frívolos, pero son los principios de una civilización entera.

La tarde del sábado

Se suceden en mi cabeza muchos sábados por la tarde en los setenta, después de 'Los Ángeles de Charlie', con la Magefesa haciendo el caldo para la sopa del domingo, con su zancarrón, sus huesos de caña y los garbanzos, y la mañana siguiente antes de misa guisando la carne con salsa de tomate casero y pimientos de la huerta. Vuelven aquellas flaneras de litro de los días en que estaba de buen humor o había algo que celebrar y la reglamentaria merluza de la que ya he hablado alguna vez. La reina 'Merluccius merluccius' en plenitud, plateada y de lomo largo, cuando Gran Sol era el paraíso y no sabíamos decir anisakis, diseccionada con la precisión de un cirujano para su máximo aprovechamiento.

Las patatas en salsa verde con la cabeza y las orejas, con sus guisantes y perejil recién cortado para cenar y los lomos en salsa verde para el plato fuerte del almuerzo del día siguiente. Y si era verano, la cola desespinada y rebozada a la romana, solo levemente dorada y en pedazos pequeños, que terminaban entre dos platos de duralex ámbar como cena fría para los que llegaban tarde, picnic si había playa o relleno de uno de los bocadillos más delicados que he probado.

Y así se suceden sin parar los recuerdos más puros que completan la geografía emocional y culinaria de una familia cualquiera, como la de los Roca, en la que la comida no era solo un asunto de nutrición, de salud, ni siquiera de puro hedonismo, sino un suministro de las dosis de alimento emocional y sentimental necesarias para la vida buena, un modo, el modo, de transmitir el amor de unos a otros.

PD. Ya huele a callos en Ribadesella, donde el fin de semana se celebra el III campeonato mundial que organiza el chef Pedro Martino y yo me voy a sumergir. En el próximo Comino les cuento de las tripas y de mi tierra de adopción.

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