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Jueves, 3 de noviembre 2016, 11:12
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El gastrónomo Néstor Luján le confesó a su amigo y periodista Horacio Sáenz Guerrero que la cocina de La Rioja era sencilla pero gustosa, y una de los puntos esenciales de ese gusto es la golmajería. El mazapán de Soto, los rusos de Alfaro y los fardelejos de Arnedo son tres maravillas incontestables de la gastronomía del golmajo, de la suave dulzura con la que impregnaron los musulmanes los cimientos de nuestra cocina en tiempos de batallas y cantares de gesta, en los años en los que La Rioja era tierra de frontera y casi todo quedaba impregnado por la cultura y las tradiciones de los pueblos que iban dejando en cada valle la singularidad de sus ancestrales costumbres. Sea como fuere, el caso es que en La Rioja a los dulces se les llama golmajos, precioso y preciso vocablo de raíz árabe que nos pone sobre aviso de dónde vienen estas tradiciones azucaradas. Dicen los especialistas que esta historia se presenta directamente de las tahonas del medievo y que por eso casi toda La Rioja está llena de delicadas delicias como los rollos y manguitos de Cervera del Río Alhama, la harinosa o el bodigo de Aguilar, los ahorcaditos y los molletes de la jacobea ciudad de Santo Domingo de la Calzada o los hormigos de Cornago, sin olvidar las manzanas camuesas cocidas en leche de los pueblos altos del Alhama y Linares.
De hecho, toda la geografía riojana está impregnada de estas delicias: buñuelos de calabaza de Nalda, las chinchorras de la matanza de Grañón, el queso con miel y nueces de Pedroso.
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