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GASTRONOMÍA

Símbolos gastronómicos en la literatura de Picasso

Los recuerdos infantiles afloran en 'El entierro del Conde Orgaz', entre ellos, los sabores y las comidas

SARA SÁNCHEZdDoctoranda de la Universidad de Sevilla

Viernes, 2 de septiembre 2016, 21:34

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Los escritos de Pablo Picasso son un complemento sorprendente y necesario de su pintura y, a su vez, víctimas del éxito y el interés mundial de las mismas. Picasso escribió poemas, extensos poemas narrativos, poemas en forma de diario, poemas en verso libre o prosa, poemas, en definitiva, donde la creatividad fluía y el creador no se ataba a ninguna regla. En la época en la que el malagueño empieza a escribir (1935) siente la necesidad de ir más allá de las artes plásticas, experimentando nuevos caminos artísticos; hasta 1959, año en el que se fecha su último texto, llega a escribir unos 300 poemas y dos obras de teatro.

Es precisamente en uno de sus últimos poemas, 'El entierro del Conde Orgaz' (1959), donde la comida y la bebida cobran un especial protagonismo. En esta elaboración surrealista, los recuerdos infantiles afloran y entre ellos los sabores y las comidas se establecen como único método para aprehender esos recuerdos que se evocan. Todo lo comestible se convierte en símbolos oníricos que se identifican con aspectos desde la cotidianeidad más aburrida hasta la crueldad más terrible y sádica, pasando por los símbolos eróticos más evidentes.

Para el malagueño todo es susceptible de ser comido y continuamente lo ofrece en su escritura. Es con esto, y con la simbiosis que crea entre gastronomía y pintura, con lo que consigue los mayores efectos sobre el lector. Valgan como ejemplos: «Goya pintando haciéndose un retrato con su sombrero bonete de cocinero y sus pantalones rayados como Courbet y yo sirviéndose de una sartén como paleta», «el telón de la alcoba derretido en la salsa de goma arábiga del brochazo de cal viva».

La poesía de Picasso es autofágica, es alimentaria, se alimenta a sí misma de sí misma y alimenta el imaginario gastronómico con las asociaciones libres más inesperadas: en sus versos hace «sopa de claveles y rosas en el gazpacho tiritando», «crujen relámpagos callos y caracoles chorizos y morcillas sin el menor disgusto de haber dejado el saco de calamares en la estación y el arroyo en medio del río al cuajo», «se maman a gritos los hilos de oro del festín de mochuelos las franjas de agujas plantadas boca abajo encima de la mesa llena de onzas de plata encima a la izquierda del abanico de refrescos».

Picasso tensa al máximo las relaciones entre lo que se come y lo que no se come y muestra así la continua tensión con las palabras, con las ideas que se agolpan para salir, esa tensión entre la visión aterradora de la realidad y el deseo de producir objetos carnales tanto como espirituales.

Al leer este poema tenemos la impresión de que sea un poema lombriz que va comiéndose todo lo que encuentra a su paso sin dejar de avanzar y sin pararse a comprobar si eso que se pone por delante es o no es comestible. El Picasso de 1959 se ha vuelto glotón y voraz en su arte, cualidades que se oponen en absoluta contradicción a la escasez y parquedad de aquella Comida frugal que el artista pintara en 1904. En este poema, que por su título parece presentarse como écfrasis de un cuadro al que apenas sí se hace alusión -'El entierro del Conde Orgaz', El Greco, 1586/1588- y en el que no se encuentra comida por más que se busque, la encontramos, sin embargo, por todas partes. Esto no deja de ser una sorpresa, pues sabemos que Picasso, pese a ser un magnífico anfitrión, nunca pudo ser considerado comilón.

Tras la profusión alimentaria que encontramos en sus líneas se hace necesario reposar la difícil digestión, difícil por lo que nos obliga a comer y por el espectáculo que acompaña al banquete. Difícil también por la forma: fluir de escritura automática que utiliza para convertirnos en un invitado más al irreverente entierro del Conde Orgaz. Concluyo aquí mi breve reflexión sobre este banquete tan poco platónico al que nos invita Picasso valiéndome de las palabras del propio poeta: «Aquí termina el cuento y el festín. Lo que pasó ya ni el loco lo sabe».

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